Considerando que no es posible concebir la historia de nuestro Campo de Tejada ni sus avances sin la presencia y la ayuda de los animales y que la convivencia de las especies animales y humanas han venido ligadas, la pregunta esenciales es en qué momento se regula tal relación mediante normas o preceptos.
Durante la época tartésica y luego turdetana los animales fueron considerados “cosas”, patrimonio de un humano, seres sin sentimientos, sin alma, sin capacidad de sentir dolor y no merecedores de derechos. No obstante, la influencia fenicia trajo consigo las teorías de las religiones de orientales donde ya se tipificaba como delito la muerte de perros y vacas a manos de personas. De hecho el primer protector de los animales conocido fue Zaratrustra. Profeta y fundador de la religión más antigua del mundo, consideraba a los animales dotados de alma por la que entendía y sufrían del mismo modo que los humanos.
La cultura musulmana se desarrolló en nuestra tierra durante más de quinientos años, en los que ya se practicaban combates de fieras. Ibn al Jatib, refiere el combate entre un toro y un león que se saldó con la muerte del segundo. Más tarde este tipo de peleas se imitarían en Granada, pero enfrentando a un toro con varios perros entrenados para morder sus orejas, dentro de una palestra rodeada de empalizada. Una vez debilitado el toro y cansado, entraban jinetes armados con picas que le daban muerte. El propio soberano granadino Muhammad V era aficionado a presenciar estas luchas e incluso intervenía en ellas.
También en los reinos cristianos, y por la misma época, aparecen referencias a los juegos de correr astados y a las luchas de toros. Se mencionan en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio para prohibir a los prelados la asistencia a este tipo de espectáculos pero curiosamente coloca entre los infamados a quienes lidian con las fieras a cambio de dinero.
La tradición, pues, viene de antiguo. Pero ahora se abre otro debate. ¿Justifica la tradición el mantenimiento de costumbres de origen medieval? En la época de las primeras ‛luchas de fieras’, era también frecuente encontrarse a orillas del Guadalquivir, a las puertas de Córdoba, hileras de cientos de crucificados por haber traicionado la confianza del soberano. Los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes eran continuos, y se saldaban con millares de muertos, cuyas cabezas eran cortadas, conservadas en sal, y trasladadas a la capital para ser exhibidas ante los súbditos en desfiles triunfales. Ante un mal gesto de una de sus concubinas, el Califa podía llamar al verdugo de guardia y ordenar su decapitación, que era ejecutada en las mismas dependencias del palacio, sobre una alfombra que formaba parte del equipo del verdugo para evitar salpicaduras.
Hace mil años el valor de una vida humana era muy escaso. Los niños morían en porcentajes elevadísimos, las epidemias diezmaban a la población y la esperanza de vida no superaba en algunos casos los treinta años. Si la vida de un ser humano preocupaba poco, mucho menos importaba la de un animal. Y si no se daba valor a la vida, imaginemos lo que ocurría con su bienestar.
Hoy, por fortuna, las cosas han cambiado. Y quizá tengamos que plantearnos también la pervivencia de algunas de nuestras tradiciones tal como hoy las conocemos, al menos las que se refieren a la muerte de animales para nuestra diversión. Cada vez se concibe menos la crueldad ejercida sobre seres indefensos. La asistencia a este tipo de festejos se reduce día a día, en muchos casos han dejado de ser rentables, y se mantienen sólo gracias a las subvenciones públicas que reciben. Pese a quien pese, vamos hacia espectáculos donde se erradique la presencia de animales. De la misma manera que hemos desterrado las ejecuciones públicas y la propia pena de muerte.
Desde hace unos años la conciencia ecologista ha cristalizado en nuestra comarca con los trabajos que vienen desarrollando diversos colectivos. Junto a ellos estará nuestra Plataforma.